sábado, 13 de septiembre de 2014

La Casa de Hades Capitulo XII Leo

La Casa de Hades Capitulo XII Leo

LOS ENANOS NO SE ESFORZARON DEMASIADO PARA SER PERDIDOS DE VISTA, lo que a Leo le pareció sospechoso. Se quedaron justo cerca de su campo de visión, corriendo por los tejados de tejas rojas, golpeando las ventanas, gritando y gritando y dejando un rastro de tornillos y clavos del cinturón de herramientas de Leo, casi como si quisieran que Leo los siguiera.
Corrió tras ellos, maldiciendo cada vez que sus pantalones se caían.

Dobló una esquina y vio dos torres de piedra antigua que sobresalían hacia el cielo, una al lado de la otra, mucho más altas que cualquier otra cosa en el barrio, ¿tal vez torres de vigilancia medievales? Se apoyaban en diferentes direcciones, como cambios de marcha en un coche de carreras.
Los Cercopes escalaron la torre de la derecha. Cuando llegaron a la cima, se subieron a la parte trasera y desaparecieron.

¿Habrán entrado? Leo pudo ver algunas pequeñas ventanas en la parte superior, cubiertas con rejillas de metal, pero dudaba que estas detuvieran los enanos. Él miró por un minuto, pero los Cercopes no volvieron a aparecer.
Lo que significaba que Leo tenía que llegar hasta allí a buscarlos.
-Estupendo- murmuró. Sin amigo volador para llevarlo arriba. El barco estaba demasiado lejos como para pedir ayuda.

Podía manipular la esfera de Arquímedes en una especie de aparato volador, tal vez, pero sólo si él tuviera su cinturón de herramientas, el cual no tenía. Echó un vistazo a la zona, tratando de pensar. Media manzana más abajo, un conjunto de puertas dobles de cristal se abrieron y una anciana salió cojeando, con bolsas de plástico de la compra.
¿Una tienda de comestibles? Hmm…
Leo palpó sus bolsillos. Para su asombro, todavía tenía algunos billetes de euro de su estancia en Roma.

Esos estúpidos enanos habían tomado todo excepto su dinero.
Fue corriendo a la tienda tan rápido como sus pantalones sin cremallera le permitían.
Leo recorrió los pasillos, en busca de cosas que pudiera utilizar. No sabía el italiano para: “Hola, ¿dónde están los productos químicos peligrosos, por favor?” Pero probablemente era lo mejor. No quería acabar en una cárcel italiana.

Afortunadamente, él no necesitó leer las etiquetas. Se dio cuenta sólo por recoger un tubo de pasta de dientes que contenía nitrato de potasio. Él encontró carbón de leña. Encontró azúcar y el bicarbonato de soda. La tienda vendía cerillas y repelente de insectos y papel de aluminio. Casi todo lo que necesitaba, además de un cable de servicio de lavandería que podía usar como un cinturón. Añadió un poco de comida chatarra italiana a la canasta, sólo para disimular sus otras compras más sospechosas, luego puso sus cosas en la caja. Una dama con ojos muy abiertos le hizo algunas preguntas que no entendía, pero se las arregló para pagar, obtener una bolsa y salir a prisa.

Él se metió en la puerta más cercana donde podría vigilar las torres. Empezó a trabajar, convocando a fuego para secar los materiales y hacer un poco de cocina que de otra manera habría tardado días en completarse.
De vez en cuando echaba  un pequeño vistazo a la torre, pero no había ni rastro de los enanos. Leo sólo podía esperar que todavía siguieran allí. Completar su arsenal le tomó sólo unos minutos, él era bueno en eso, pero se sintieron como horas.

Jason no se presentó. Tal vez todavía estaba enredado en la fuente de Neptuno o recorriendo las calles en busca de Leo. Nadie más en el barco vino a ayudar. Probablemente les estaba tomando mucho tiempo sacar todas esas bandas de goma de color rosa fuera del pelo del entrenador Hedge.

Eso significaba que Leo se tenía sólo a sí mismo, su bolsa de comida chatarra y unas pocas armas altamente improvisadas hechas de azúcar y pasta de dientes. Ah, y la esfera de Arquímedes. Eso era algo importante. Esperaba no haberla arruinado al llenarla con polvo químico.
Corrió a la torre y encontró la entrada. Empezó a subir la escalera de caracol en el interior, sólo para ser detenido en una taquilla por un cuidador que le gritó en italiano.

- ¿En serio? -Preguntó Leo-. “Mira, hombre, tienen enanos en su campanario. Soy el exterminador. -Levantó la lata de repelente de insectos-. ¿Ves? Exterminador Molto Buono . Chorro, chorro. ¡Ahhh! -Él imitó a un enano derretido de terror, por alguna razón el italiano no parecía entender.
El hombre sólo le tendió la mano por dinero.

- Dang , hombre -gruñó Leo-, Acabo de gastar todo mi dinero en explosivos de fabricación casera y todo eso. -Rebuscó en su bolsa de la compra-  Supongo que no aceptarías… eh… ¿lo que sea esto?
Leo levantó una bolsa de color amarillo y rojo de la comida chatarra llamada Fonzies. Supuso que eran una especie de patatas fritas. Para su sorpresa, el vigilante se encogió de hombros y tomó la bolsa. - ¡Avanti!

Leo siguió subiendo, pero hizo una nota mental para abastecerse de Fonzies. Al parecer, eran mejores que el dinero en Italia.
Las escaleras iban e iban. Toda la torre parecía ser nada más que una excusa para construir una escalera.
Se detuvo en un tramo y se desplomó contra una ventana enrejada estrecha, tratando de recuperar el aliento. Estaba sudando como loco, y su corazón latía contra sus costillas. Cercopes estúpidos. Leo imaginó que tan pronto como él llegara a la cumbre ellos saltarían antes de que pudiera usar sus armas, pero tenía que intentarlo.
Él siguió subiendo.
Por último, sus piernas se sintieron como fideos cocidos, llegó a la cima.

La habitación era del tamaño de un armario de escobas, con ventanas con barrotes en las cuatro paredes. Acomodados en los rincones estaban sacos de tesoros, con chucherías brillantes derramadas por todo el suelo. Leo vio el cuchillo de Piper, un viejo libro encuadernado en cuero, unos dispositivos mecánicos interesante y oro suficiente para dar el caballo de Hazel dolor de estómago.
Al principio, él pensó que los enanos lo habían dejado. Luego alzó la vista. Acmón y Pásalos colgaban boca abajo del techo con sus pies de chimpancé, jugando poker antigravedad. Cuando vieron a Leo, tiraron sus cartas como confeti y estallaron en aplausos.

-¡Te dije que lo haría!  -Acmón gritó de alegría.
Pásalos se encogió de hombros y se quitó uno de sus relojes de oro y se lo entregó a su hermano. - Tú ganas. Yo no pensé que él fuera tan tonto.
Ambos cayeron al suelo. Acmón llevaba el cinturón de herramientas de Leo, estaba tan cerca que Leo tuvo que resistir el impulso de lanzarse por él.

Pásalos enderezó su sombrero de vaquero y abrió de una patada la reja de la ventana más cercana. - ¿Qué deberíamos hacerlo trepar a continuación hermano? ¿La cúpula de San Luca?
Leo quería estrangular a los enanos, pero forzó una sonrisa. - ¡Oh, eso suena divertido! Pero, antes de que se vayan, olvidaron algo brillante.
- ¡Imposible!  -Frunció el ceño Acmón- Registramos muy a fondo.
- ¿Estás seguro? -Leo levantó la bolsa de la compra.

Los enanos se acercaron más. Como Leo había esperado, su curiosidad era tan fuerte que no podían resistir.
- Mira. -Leo sacó su primera arma, un bulto de sustancias químicas secas envueltas en papel de aluminio, y lo encendió con la mano.
Él sabía lo suficiente como para darle la espalda cuando explotó, pero los enanos estaban mirándolo fijamente. La pasta de dientes, el azúcar y el repelente de insectos no eran tan buenos como la música de Apolo, pero hicieron un flash-bang bastante decente.
Los Cercopes gemían, arañando sus ojos. Ellos tropezaron hacia la ventana, pero Leo explotó sus petardos caseros, ajustándolos alrededor de los pies descalzos de los enanos para mantenerlos fuera de balance. Luego, por si acaso, Leo encendió la señal en su esfera de Arquímedes, lo que desató una columna de asquerosa niebla blanca que llenaba la sala.

Leo no se veía afectado por el humo. Era inmune al fuego, había estado de pie en hogueras humeantes, resistiendo la respiración del dragón y limpiando la ardiente forja un montón de veces. Mientras que los enanos estaban secos y jadeando, agarró su cinturón de herramientas de Acmón  con calma convocado unas cuerdas elásticas y atando a los enanos.

- ¡Mis ojos! -Tosió Acmón- . ¡Mi cinturón de herramientas!
- ¡Mis pies están en llamas! -Gimió Pásalos- . ¡No es brillante! ¡No es brillante en lo absoluto!
Después de asegurarse de que estaban firmemente atados, Leo arrastró los Cercopes a una esquina y comenzó a rebuscar en sus tesoros. Sacó la daga de Piper, algunos de sus prototipos de granadas y una docena de otras cosas que finalmente los enanos habían tomado del Argo II.

- ¡Por favor! -Gimió Acmón- . ¡No tome nuestras cosas brillantes!
- ¿Hacemos un trato? -Sugirió Pásalos. ¡Te daremos el diez por ciento si nos dejas ir!
- Me temo -murmuró Leo-. Que todo es mío.
- ¡El veinte por ciento!
En ese momento, un trueno retumbó por encima. Cayó un rayo, y las barras de la ventana más cercana chisporrotearon, fundiendo talones de hierro.
Jason voló como Peter Pan, la electricidad chispeaba alrededor de él y su espada de oro humeante.
Leo silbó con admiración. - Hombre, acabas de desperdiciar una entrada impresionante.
Jason frunció el ceño. Se dio cuenta de los Cercopes atados. - ¿Qué ha pasa…
- Todo a mi manera, -dijo Leo-. Yo soy especial en esa manera. ¿Cómo me has encontrado?
- Uh, el humo, -dijo Jason-  Y oí ruidos de explosiones. ¿Tenía un tiroteo aquí?

-Algo así. -Leo le arrojó la daga de Piper, y luego siguió hurgando en las bolsas de los enanos. Recordó lo que Hazel le había dicho sobre la búsqueda de un tesoro que les ayudaría con la búsqueda, pero no estaba seguro de lo que estaba buscando. Había monedas, pepitas de oro, joyas, clips de papel, envoltorios de papel de aluminio, cadenas.

Él se volvió a un par de cosas que no parecían pertenecerle. Una de ellas era un viejo dispositivo de navegación de bronce, como un astrolabio de un barco. Estaba muy dañado y parecían faltarle algunas piezas, pero Leo todavía lo encontraba fascinante.
- ¡Tómalo! -Pásalos ofreció-. Odiseo lo hizo, ¿sabes? Tómalo y déjanos ir.
- ¿Odiseo? -Jason preguntó- . ¿Cómo la Odisea?
- ¡Sí! -Chilló Pásalos- . Hecho cuando era un anciano en Ithaca. Una de sus últimas invenciones, ¡y la robamos!
- ¿Cómo funciona? -Preguntó Leo.
- Oh, no lo hace, -dijo Acmón- . ¿Algo acerca de un cristal faltante? -Él miró a su hermano en busca de ayuda.

- “Mi mayor que tal si”, -dijo Pásalos- . “Debería de haber tomado un cristal” Eso es lo que murmuraba en sueños, la noche que le robamos. -Pásalos se encogió en sus hombros- . No tengo idea de lo que quería decir. ¡Pero el brillante es tuyo!
¿Podemos ir ahora?
Leo no estaba seguro de por qué quería el astrolabio. Obviamente, estaba roto, y él no tenía la sensación de que esto era lo que Hécate quería que encontraran. Aun así, se lo metió en uno de los bolsillos mágicos de su cinturón de herramientas.
Volvió su atención a la otra extraña pieza del botín, el libro encuadernado en cuero. Su título estaba en pan de oro, en un idioma que Leo no podía entender, pero nada más en el libro parecía brillante. A él no le pareció que los Cercopes eran grandes lectores.

- ¿Qué es esto? – Lo movió hacia los enanos, que estaban todavía con los ojos llorosos por el humo.
- Nada, -dijo Acmón-  Sólo un libro. Con una cubierta de oro bonita, así que lo tomamos de él.
- ¿Él? -Preguntó Leo.
Acmón y Pásalos intercambiaron una mirada nerviosa.
- Un Dios menor, -dijo Pásalos- . En Venecia. En realidad, no es nada.
- Venecia. -Jason frunció el Leo-. ¿No es donde se supone que debemos ir ahora?

- Sí. -Leo examinó el libro. No podía leer el texto, pero tenía un montón de ilustraciones: guadañas, diferentes plantas, una imagen del sol, un equipo de bueyes tirando de un carro. No vio cómo nada de eso fuera importante, pero si el libro había sido robado de un dios menor en Venecia, el próximo lugar que Hécate les había dicho que visitaran, entonces esto tenía que ser lo que estaban buscando.

- ¿Dónde exactamente podemos encontrar este dios menor? -Preguntó Leo.

- ¡No! -Chilló Acmón- . ¡No se puede llevárselo de vuelta! ¡Si se entera de que lo robamos…!
- Él los destruirá, -adivinó Jason-  Lo cual es lo que vamos a hacer si ustedes no nos dicen, y estamos mucho más cerca. -Presionó la punta de su espada contra la garganta peluda de Acmón.
- ¡Está bien, está bien! -Gritó el enano- . ¡La Casa Nera! ¡Calle Frezzeria!
- ¿Es eso una dirección? -Preguntó Leo.
Ambos enanos asintieron vigorosamente.
Por favor, no le digan le robamos, -suplicó Pásalos- . ¡No es para nada bueno! 

- ¿Quién es él? -Preguntó Jason- . ¿Qué Dios?
- Yo… yo no puedo decir -tartamudeó Pásalos.
- Más te vale -advirtió Leo.
-No -dijo Pásalos miserablemente-. Quiero decir, realmente no puedo decirlo. ¡No puedo pronunciarlo! Tr- Tri - ¡Es muy difícil!
- Truh , -dijo Acmón- . Tru- toh- ¡Demasiadas sílabas!
Ambos se echaron a llorar.

Leo no sabía si los Cercopes estaban diciendo la verdad, pero era difícil estar enojado con enanos llorones, por muy molestos y mal vestidos que estuvieran.
Jason bajó la espada. - ¿Qué es lo que quieres hacer con ellos, Leo? ¿Enviarlo al Tártaro?
-¡Por favor, no! -Se lamentó Acmón-  . Nos podría tomar semanas volver.
- ¡Suponiendo que Gea incluso nos lo permitiera! -Pásalos sollozó-. Ella controla las puertas de la muerte ahora. Ella estará muy enfadada con nosotros.

Leo miró a los enanos. Había luchado con un montón de monstruos antes y nunca se sintió mal por su destrucción, pero esto era diferente. Tuvo que admitir que una especie de admiración por estos pequeños individuos. Ellos jugaban bromas geniales y les gustaban las cosas brillantes. Leo podía identificarse. Además, Percy y Annabeth estaban en el Tártaro en este momento, de esperar aún con vida, caminando hacia las puertas de la muerte. La idea de enviar a estos chicos monos gemelos a enfrentar la misma pesadilla… bueno, no le parecía bien.

Imaginó a Gea riéndose de su debilidad, un semidiós con un corazón demasiado bueno para matar a los monstruos. Se acordó de su sueño sobre el Campamento Mestizo en ruinas con cuerpos griegos y romanos esparcidos por los campos.
Recordó a Octavian hablando con la voz de la Diosa de la Tierra: Los romanos se mueven al este de Nueva York. Avanzan hacia su campamento, y nada puede frenarlos.

- Nada puede frenarlos, -reflexionó Leo-. -Me pregunto…
- ¿Qué? -Preguntó Jason .
Leo miró a los enanos. -Les propongo un trato.
Los ojos de Acmón se iluminaron. - ¿Treinta por ciento?
- Les dejaremos todo el tesoro, -dijo Leo-, excepto las cosas que nos pertenecen y el astrolabio y este libro, que llevaremos de nuevo al tipo en Venecia.
- ¡Pero él nos destruirá! –Pásalos se lamentó.
- No vamos a decir como lo conseguimos, -prometió Leo-. Y no vamos a matarlos. Vamos a dejarlos ir libres.


- Uh, ¿Leo…? -Jason preguntó nerviosamente.
Acmón gritaba de alegría. -¡Sabía que eras tan inteligente como Hércules! Te llamaré Fondo Negro, la secuela!

- Sí, no, gracias -dijo Leo-. Pero a cambio de perdonarles sus vidas, tienen que hacer algo por nosotros. Voy a enviarlos a un lugar a robarles a algunas personas, acosarlos, hacerles la vida de la manera más difícil que puedan. Ustedes tienen que seguir mis instrucciones al pie de la letra. Tienen que jurarlo por el río Estigio.

- ¡Lo Juramos! -Dijo Pásalos- . ¡Robar a las personas es nuestra especialidad!
- ¡Me encanta el acoso! -Acordó Acmón- . ¿A dónde vamos?
Leo sonrió. ¿Han oído hablar de Nueva York?


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