La Casa de Hades Capitulo V Annabeth
Nueve
días
Mientras caía, Annabeth pensó en Hesíodo, el viejo poeta griego que especulaba que se tardarían 9 días en caer de la tierra al Tártaro.
Mientras caía, Annabeth pensó en Hesíodo, el viejo poeta griego que especulaba que se tardarían 9 días en caer de la tierra al Tártaro.
Ella esperaba que Hesíodo estuviese mal. Perdió la cuenta de cuánto tiempo ella y Percy habían estado cayendo… ¿Horas? ¿Un día? Se sintió como una eternidad. Ellos habían estado agarrándose las manos todo el tiempo desde que cayeron al abismo. Ahora Percy la atrajo hacia sí, abrazándola mientras caían hacia la absoluta oscuridad.
El viento silbaba en los oídos de Annabeth. El aire se hizo más caliente y más apagado, como si estuviesen cayendo dentro de la garganta de un dragón gigante. Su recientemente roto tobillo palpitaba, pero ella no sabría decir si todavía estaba enredado en telarañas.
Ese monstruo maldito, Aracne. A pesar de haber sido atrapada en su propia telaraña, aplastada por un auto y aventada hacia el Tártaro, la mujer araña tuvo su revancha. De alguna manera su hilo se había enredado en la pierna de Annabeth y la había tirado hacia el abismo, con Percy incluido.
Annabeth no quería imaginar que Aracne siguiese viva, en algún lugar debajo de ellos en la oscuridad. Ella no quería ver a ese monstruo otra vez cuando llegasen al fondo. Viendo el lado positivo, asumiendo que hubiese un fondo, Annabeth y Percy probablemente serían aplastados en el impacto, así que las arañas gigantes eran la menor de sus preocupaciones.
Ella envolvió sus brazos alrededor de Percy e intentó no sollozar. Ella nunca esperó que su vida fuese fácil. La mayoría de los semidioses murieron jóvenes en las manos de terribles monstruos. Así era como pasaba desde los tiempos antiguos. Los griegos inventaron la tragedia. Ellos sabían que los héroes más grandes no tenían finales felices.
Aun así, esto era injusto. Ella había pasado por tantas cosas para conseguir esa estatua de Atenea. Y justo cuando lo logró, cuando las cosas se comenzaron a ver bien y ella se había reunido con Percy, ellos cayeron hacia su muerte.
Ni siquiera los dioses no pueden idear un destino tan retorcido.
Pero Gea no era como los otros dioses. La Madre Tierra era más vieja, más cruel, más sangrienta. Annabeth podía imaginarla riéndose mientras ellos caían a las profundidades.
Annabeth apretó sus labios contra la oreja de Percy.
–Te amo.
Ella no estaba segura de que él pudo oírla–pero si ellos iban a morir, ella quería que esas fuesen sus últimas palabras.
Ella intentó desesperadamente idear un plan que los salvara. Ella es una hija de Atenea. Ella se lo había demostrado a sí misma en los túneles debajo de Roma, venciendo una serie de desafíos con sólo su inteligencia. Pero ella no pudo pensar en otra forma para poder meter reversa o retardar su caída.
Ninguno de ellos tenía el poder de volar– no cómo Jason, que podía controlar el viento; o Frank, quien podía transformarse en un animal alado. Si llegaban al fondo a una velocidad terminal… Bien, ella sabía con certeza qué significaba terminal.
Ella se preguntaba seriamente si ellos podrían hacer un paracaídas con sus camisetas–así de desesperada estaba– cuando algo a sus alrededores cambió. La oscuridad se tintó en un color rojo grisáceo. Ella se dio cuenta de que podía ver el cabello de Percy mientras ella lo abrazaba. El silbido en sus oídos se transformó en algo así como un rugido. El aire se hizo intolerablemente caliente, permeado con un olor a huevos podridos.
De repente, el tobogán por el que habían estado cayendo se abrió a una basta caverna. A media milla debajo de ellos, quizá, Annabeth vio el fondo. Por un momento, ella se asombró tanto que no pudo pensar bien. Toda la isla de Manhattan pudo haber cabido en esa caverna– y eso que ella no pudo ver su total extensión. Nubes rojas colgaban del aire como sangre vaporizada. El terreno–al menos lo que ella pudo ver– era rocoso con planicies negras, rodeado de montañas ásperas y ardientes grietas. A la izquierda de Annabeth, el suelo se abría en una serie de acantilados, como escaleras colosales guiando lo más profundo del abismo.
El hedor a azufre hizo difícil que ella se concentrara, pero se concentró en el suelo directamente debajo de ellos y vio una línea de líquido negro brillante– un río.
– ¡Percy! – ella gritó en su oído–. ¡Agua!
Ella hizo gestos frenéticamente. La cara de Percy era difícil de leer en la tenue lu roja. Él parecía encerrado en una concha de mar y atemorizado, pero asintió como si lo entendiera.
Percy podía controlar el agua–asumiendo que había agua debajo de ellos. Él podría ser capaz de suavizar su caída de alguna forma. Por supuesto, Annabeth había oído terribles historias acerca de los ríos del Inframundo. Ellos podían llevare tus memorias, o quemar tu cuerpo y alma en cenizas. Pero decidió no pensar en ello. Esta era su única oportunidad.
El río se lanzó hacia ellos. En el último segundo, Percy gritó desafiante. El agua salió disparada en un géiser masivo y los tragó completamente.
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