sábado, 13 de septiembre de 2014

La Casa de Hades Capitulo I Hazel


A mis maravillosos lectores

Perdón por el último cliffhanger
Bueno, no. HAHAHAHA 
Pero de verdad, los amo chicos



Capitulo I Hazel 

Durante el tercer ataque, Hazel casi se tragó una piedra. Ella miraba entre la niebla,
preguntándose cómo podía ser tan difícil volar a través de una estúpida cadena montañosa,
cuando las alarmas del barco sonaron.

— ¡Es difícil ponerlo a babor! —gritó Nico desde el trinquete del barco volador.
Ya en el timón, Leo tiró de la rueda. El Argo II viró hacia la izquierda, sus remos aéreos
cortaban las nubes como filas de cuchillos.

Hazel cometió el error de ver sobre la barandilla.

Una oscura, esférica forma se lanzó sobre ella. Ella pensó: ¿Por qué la luna viene hacia
nosotros? Después ella aulló y golpeó la cubierta. Una roca enorme pasó muy cerca de su
cabeza, voló el cabello fuera de su cara.
¡CRACK!

El trinquete colapsó-la vela, el mástil y Nico, todos estrellándose en la cubierta. La piedra, de
apenas el tamaño de una “Pick Up”, cayó hacia la niebla como si tuviera un asunto importante
en algún lugar.

— ¡Nico! —Hazel corrió hacia él mientras Leo nivelaba el barco.
—Estoy bien—murmuró Nico, sacándose a patadas los pliegues de sus piernas.
Ella lo ayudó y se tropezaron hacia la proa. Hazel miró más cautelosamente esta vez. Las nubes
se separaron lo suficiente esta vez lo suficiente para revelar la cima de la montaña debajo de
ellos: una negra punta de lanza que sobresalía de las pendientes verdes musgosas. Parado en
la cumbre estaba un dios de la montaña- uno de los “numina montanum”, como Jason los
llamó. U “ourae” en griego. Como sea que los llamases, eran asquerosos.

Como los otros a los que se habían enfrentado, este vestía una simple túnica blanca encima de
la piel, rugosa y oscura como el basalto. Él era de unos veinte pies de altura y extremadamente
fornido, con una común barba blanca, cabello ralo y una mirada salvaje en sus ojos, como un
loco ermitaño. Él bramó algo que Hazel no entendió, pero obviamente no estaba dando la
bienvenida. Con sus manos desnudas, tomó un pedazo de piedra de su montaña y comenzó a
moldearla para hacerla una bola.

La escena desapareció en la niebla, pero cuando el dios de la montaña bramó de nuevo, otro
“numina” contestó en la distancia, sus voces resonaban en los valles.
— ¡Estúpidos dioses roca!— Leo gritó desde el timón —.Esta es la tercera vez que tengo que
reemplazar el mástil. ¿Crees que crecen en los árboles?
Nico frunció el ceño.

—Los mástiles son de los árboles.
—¡Ese no es el punto! —Leo tomó uno de sus controles, un improvisado control de Nintendo
Wii y lo hizo girar en círculos. A unos pies de distancia, una trampilla se abrió en la cubierta. Un
cañón de bronce celestial se alzó. Hazel apenas tuvo tiempo de cubrir sus oídos antes de que
se disparara en el cielo, regando una docena de esferas metálicas que llevaban fuego verde. A
las esferas le crecieron espinas en el aire, como las cuchillas de un helicóptero y
desaparecieron en la niebla.
Un momento después, una serie de explosiones crepitaron en las montañas, seguidas de
indignados rugidos de los dioses de la montaña.
— ¡Ja! —gritó Leo—.

Desafortunadamente, Hazel adivinó, juzgando sus dos previos encuentros, la nueva arma de
Leo sólo había molestado a los “numina”.
Otra roca silbó a través del aire hacia el estribor.
Nico gritó.
— ¡Sácanos de aquí!
Leo murmuró unos comentarios incómodos acerca de los “numina”, pero giró el timón. Los
motores zumbaron. Un aparejo mágico se apretó a sí mismo y el barco viró hacia babor. El
Argo II aceleró, retirándose hacia el noroeste, como lo habían estado haciendo los pasados dos
días.

Hazel no se relajó hasta que salieron de las montañas. La niebla se aclaró.
Debajo de ellos, la luz del día iluminaba el lado italiano-continuas colinas verdes y campos
dorados no tan diferentes a los que hay en el norte de California. Hazel casi se imaginó que ella
estaba navegando hacia el Campamento Júpiter.

El pensamiento pesaba en su pecho. El Campamento Júpiter había sido su hogar solamente
por nueve meses, desde que Nico la trajo de vuelta del Inframundo. Pero ella lo extrañaba más
que su lugar de nacimiento de Nueva Orleans, y definitivamente más que a Alaska, donde
murió en 1942.
Extrañaba su litera en el cuartel de la Quinta Cohorte. Ella extrañaba las cenas en el comedor,
con los espíritus del viento llevando los platos a través del aire y los legionarios bromeando
acerca de los juegos de guerra. Ella quería deambular por las calles de Nueva Roma, tomada de
las manos con Frank Zhang. Ella quería experimentar lo que era ser una chica normal de una
vez, con un dulce e interesado novio.

Más que nada, ella quería sentirse segura. Ella estaba harta de sentirse preocupada y asustada
todo el tiempo.

Ella estaba parada en el alcázar mientras Nico se sacaba las astillas del brazo las astillas del
mástil y Leo apretaba botones en la consola del barco.
—Bien, eso estuvo del asco—dijo Leo—. ¿Debería despertar a los otros?
Hazel se tentó a decir sí, pero los otros tripulantes habían tomado el turno nocturno y
merecían su descanso. Estaban exhaustos de defender el barco. Cada pocas horas, parecía que
algún monstruo romano había decidido que el Argo II parecía un delicioso banquete.

Hace unas pocas semanas, Hazel no creía que nadie podría dormir en un ataque de “numinas”,
pero ahora ella se imaginaba que sus amigos seguían roncando debajo de la cubierta. Cuando
fuese que ella tuviera un rato para descansar, ella dormía como un paciente en coma.
—Necesitan descanso- ella dijo—. Tendremos que descubrir otro camino por nosotros mismos.
—Hum—. Leo frunció el ceño en dirección al monitor. En su andrajosa camisa de trabajo y
jeans llenos de grasa, parecía como si acabase de perder una lucha con una locomotora.

Desde que sus amigos Percy y Annabeth cayeron hacia el Tártaro, Leo trabajó sin descanso.
Había estado actuando más enojado e impulsivo de lo usual.
Hazel se preocupaba por él. Pero parte de Hazel se sentía aliviada por el cambio. Cada vez que
Leo sonreía y bromeaba, se parecía mucho a Sammy, su bisabuelo… El primer novio de Hazel,
en 1942.

Ugh, ¿por qué su vida tenía que ser tan complicada?
—Otro camino…—Leo murmuró—. ¿Ven alguno?

En su monitor brillaba un mapa de Italia. Los Apeninos recorrían el centro del mapa del país
con forma de bota. Un punto verde del Argo II parpadeaba en el lado oeste de la cadena
montañosa, a unas pocas millas al norte de Roma. Su camino debió de haber sido sencillo. Ellos
necesitaban llegar a un lugar llamado Épiro en Grecia y encontrar un templo antiguo llamado la
Casa de Hades (O Plutón, como los romanos lo habían llamado; o como a Hazel le gustaba
pensar de él: El Padre Más Ausente del Mundo).

Para llegar al Epiro, todo lo que tenían que hacer era ir derecho hacia el Este— encima de los
Apeninos y por el mar Adriático—. Pero no funcionó de esa forma. Cada vez que intentaban
cruzar la punta de Italia, los dioses de la montaña atacaban.

Los dos últimos días ellos habían estado virando al norte, esperando encontrar una vía segura,
sin suerte. Los “numina montanum” eran hijos de Gea, la diosa menos favorita de Hazel. Eso lo
hacía enemigos muy determinados. El Argo II no podía volar lo suficientemente alto para evitar
sus ataques; y aún con todas sus defensas, el barco no podía cruzar la cadena montañosa sin
ser deshecho a pedazos.
—Es nuestra culpa—dijo Hazel—. La de Nico y mía. Los “numina” nos pueden sentir.
Ella miró a su medio hermano. Desde que lo habían rescatado de los gigantes, él había
comenzado a recuperar su fuerza, pero aún lucía dolorosamente delgado. Su camisa negra y
sus jeans colgaban de su cuerpo esquelético. Su largo cabello negro cubría sus hundidos ojos.
Su complexión color oliva se había transformado a una enferma complexión verdosa-blanca,
como el color de una savia de un árbol.

En años humanos, él tenía apenas catorce, sólo un año mayor que Hazel; pero esa no era toda toda la historia. Como Hazel, Nico di Angelo era un semidiós de otra era. Él irradiaba una especie de energía vieja-una melancolía que vino del saber que él no pertenecía al mundo moderno.
Hazel no lo conocía de hace mucho, pero ella entendía, hasta compartía su tristeza. Los niños de Hades (Plutón, o lo que sea) muy rara vez tenían una vida feliz. Y a juzgar de lo que Nico le había dicho la noche anterior, su más grande reto estaba por venir cuando llegaran a la Casa de Hades- un reto que había implorado mantener en secreto a los otros-.

Nico agarró la empuñadura de su espada de hierro Estigio.
—Los espíritus de la tierra no quieren a los hijos de Hades. Eso es verdad. Entramos a través de su piel—literalmente—. Pero creo que los “numina” pueden sentir el barco de todas maneras. Cargamos la Atenea Pártenos. Esa cosa es un faro mágico.
Hazel se estremeció pensando en la estatua masiva que llenaba la mayor parte de la bodega. Habían sacrificado mucho para salvarla de la caverna en Roma; pero no tenían idea de qué hacer con ella. Hasta aquí, para la única cosa que parecía servir era para alertar a los monstruos de su presencia.
Leo trazó su dedo a través del mapa de Italia.
—Así que cruzar las montañas está descartado. La cosa es que hay un largo camino en todas direcciones.
—Podemos ir a través del mar—sugirió Hazel—. Navegar a través de la punta del sur de Italia.
—Ese es un camino largo—dijo Nico—. Además, no tenemos…— su voz se quebró—. Ustedes saben… A nuestro experto en el mar, Percy.
El nombre colgó en el aire como una próxima tormenta.

Percy Jackson, hijo de Poseidón… Probablemente el semidiós al que Hazel admiraba más. Él había salvado su vida tantas veces en su viaje a Alaska; pero cuando él había necesitado la ayuda de Hazel en Roma, ella le había fallado. Ella miraba, inútil, mientras él y Annabeth se precipitaron en el abismo.
Hazel tomó un respiro profundo. Percy y Annabeth seguían vivos. Ella sabía eso en su corazón. Ella podía todavía ayudarles si podía llegar a la Casa de Hades, si podía sobrevivir el reto del que Nico le había advertido…
— ¿Qué tal continuar hacia el norte? — ella preguntó—. Tiene que haber un espacio entre las montañas o algo.
Leo jugueteó con la esfera de bronce de Arquímedes que él había instalado en su consola—su más nuevo y peligroso juguete—. Cada vez que Hazel veía esa cosa, su boca se ponía seca. Ella se preocupaba de que Leo pusiera mal la combinación en la esfera y accidentalmente los hiciera volar a todos de la cubierta, o volar el barco, o convertir al Argo II en una tostadora gigante.

Afortunadamente, ellos fueron suertudos. La esfera hizo crecer un lente de cámara y proyectó una imagen en 3D de los Apeninos sobre la consola. 


—No sé—Leo examinó el holograma—. No veo buenos caminos por el norte, pero me gusta más esa idea que regresar hacia el Sur. Ya tengo suficiente con Roma.
Nadie discutió eso. Roma no fue una buena experiencia.
—Lo que sea que hagamos—dijo Nico—. Tenemos que apurarnos. Cada día que Percy y Annabeth están en el Tártaro…
No necesitó terminar. Tenían que esperar que Percy y Annabeth pudieran sobrevivir lo suficiente al Tártaro para encontrar el lado de las Puertas de la Muerte. Después, asumiendo que el Argo II pudiera alcanzar la Casa de Hades, ellos podrían ser capaces de abrir las Puertas en el lado mortal, salvar a sus amigos, y sellar la entrada, deteniendo a las fuerzas de Gea de reencarnar una y otra vez.
Sí… Nada podía ir mal con ese plan.
Nico frunció el ceño al territorio italiano debajo de ellos.
—Quizá debemos despertar a los otros. Esta decisión nos afecta a todos.
—No—dijo Hazel—. Podemos encontrar una solución.
No estaba segura del por qué ella se sintió tan segura de ello, pero desde que dejó Roma, la tripulación había comenzado a perder su cohesión. Habían empezado a aprender a trabajar en equipo. Después… ¡BAM!…Sus dos miembros más importantes caen al Tártaro. Percy había sido su espina dorsal. Él les había dado confianza al cruzar el Atlántico y adentrarse en el Mediterráneo. Mientras que Annabeth había sido la líder de la misión. Ella había recuperado sola la Atenea Pártenos. Ella era la más inteligente de los Siete, la que tenía las respuestas.

Si Hazel despertara al resto de la tripulación cada vez que tuvieran un problema, ellos empezarían a discutir de nuevo, sintiéndose más y más desesperados.
Ella tenía que hacer sentir a Percy y a Annabeth orgullosos. Ella tenía que tomar la iniciativa. Ella no creía que su único rol en esta misión sería lo que Nico le había advertido— remover el obstáculo que los esperaba en la Casa de Hades. Ella alejó el pensamiento.
—Necesitamos pensar creativamente—ella dijo—. Otra forma de cruzar las montañas, o una forma de escondernos de los “numina”.
Nico suspiró.
—Si estuviera solo, viajaría por las sombras. Pero eso no funciona para un barco entero. Y honestamente, no estoy seguro de tener la fuerza de poder siquiera transportarme a mí mismo alguna vez.
—Yo quizá podría hacer algún tipo de camuflaje—dijo Leo—. Como una cortina de humo para escondernos en las nubes— No sonó muy entusiasmado—.
Hazel miró hacia abajo a las pasantes tierras de cultivo, pensando en lo que está debajo de ellas— el reino de su padre, señor del Inframundo. Ella sólo había estado con Plutón una sola vez y no se había dado cuenta de quién era. Ella ciertamente nunca había esperado ayuda de él—no cuando estaba viva por primera vez, no en su tiempo como espíritu en el Inframundo, no desde que Nico la había traído de vuelta al mundo de los vivos.
El sirviente de su padre, Tánatos, dios de la muerte, había dicho que Plutón estaría haciéndole un favor a Hazel al ignorarla. Después de todo, ella no se suponía que estuviera viva. Si Plutón se diera cuenta de ella, él tendría que regresarla de nuevo a la tierra de los muertos.
Lo que significa que llamar a Plutón sería una mala idea. Y aun así…
“Por favor, papá— se vio rezando—. Tengo que encontrar un camino hacia tu templo en Grecia — la Casa de Hades—. Si estás ahí abajo, enséñame qué hacer.”

Al borde del horizonte, un parpadeo en movimiento llamó su atención— algo pequeño y beige corriendo a través de los campos a una increíble velocidad, dejando un camino de humo como el de un avión.
Hazel no lo podía creer. No quería tener una falsa esperanza, pero tenía que ser…
—Arión.
— ¿Qué? —Nico preguntó—.
Leo soltó un alarido de alegría mientras la nube de polvo se acercaba.
— ¡Es su caballo, hombre! Te has perdido la mayor parte. ¡No lo veíamos desde Kansas!
Hazel rio— la primera vez que se reía en días. Se sintió tan bien ver a su viejo amigo.

A una milla en el norte, el pequeño punto beige rodeó una colina y se detuvo en la cumbre. Era difícil distinguirlo, pero cuando el caballo se puso en dos patas y relinchó, el sonido se dirigió todo el camino hacia el Argo II. Hazel no tenía duda— era Arión.
—Tenemos que ir con él —dijo Hazel—, él está aquí para ayudar.
—Sí, está bien—Leo rascó su cabeza—. Uh, pero, ¿habíamos hablado de no aterrizar el barco en el suelo jamás, recuerdan? Ya saben, con Gea queriéndonos destruir y eso.

—Sólo acércame y usaré la escalera de cuerdas—El corazón de Hazel estaba latiendo fuertemente—. Creo que Arión quiere decirme algo.

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