Jason
De alguna forma él la reconocía. Reconoció
su vestido – uno florido verde y rojo que la envolvia, como el decorado de un árbol
de navidad. Reconoció los coloridos brazaletes de plástico que se habían
clavado en su espalda cuando ella lo abrazó diciendo adiós en La Casa del Lobo.
El reconoció su cabello, una corona de rizos teñidos de rubio y su esencia de limón y aerosol.
Sus ojos eran azules como los de Jason,
pero estos brillaban con una luz rota, como si ella viniese de un refugio
después de una guerra nuclear – buscando detalles familiares en un mundo
cambiado.
“Querido.” Ella extendió sus brazos, la
visión de Jason se enfocó. Los fantasmas y zombies no importaron.
Su disfraz de Niebla desapareció. Su
postura se enderezo. Sus articulaciones dejaron de doler. Su bastón para
caminar se transformó en una Gladius de oro Imperial.
La sensación de estar quemándose no paró.
Él se sintió como si las etapas de su vida se hubiesen ido – sus meses en el
Campamento Mestizo, sus años en el Campamento Júpiter, su entrenamiento con
Lupa, la diosa loba. Él era un vulnerable niño de dos años de nuevo. Incluso la
cicatriz en su labio, cuando trato de comer una engrapadora, se sentía recién
hecha.
“¿Mamá?” logró preguntar.
“Sí, querido” Su imagen flaqueó “Ven,
abrázame.”
“N-no eres real.”
“Por supuesto que ella es real” La voz de
Michael Varus sonó lejana. “¿Creías que Gea dejaría a un espíritu tan
importante en el Inframundo? Ella es tu madre, Beryl Grace, estrella de
televisión, amante del Rey del Olimpo, quien la rechazó no solo una sino dos
veces, en sus aspectos tanto Griego como Romano. Ella merece justicia tanto como
cualquiera de nosotros.”
El corazón de Jason latió con fuerza. Los
pretendientes estaban alrededor de él, mirando. Soy su espectáculo Jason
concluyó. Los fantasmas probablemente encontraban esto más entretenido que dos
mendigos luchando a muerte.
La voz de Piper cortó el ruido en su
cabeza.
“Jason, mírame” Ella estaba a seis metros
de distancia, sosteniendo una jarra de cerámica. Su sonrisa no estaba. Su
mirada era feroz y al mando -imposible de ignorar como sus plumas azules de arpías en su pelo. “Esta no es tu madre.
Su voz está funcionando con alguna magia en tí -como el charmspeak, pero más
peligroso. ¿No puedes sentirlo?”
“Ella tiene razón” Annabeth se subió a la
mesa. Ella pateó una bandeja de plata, sobresaltando una docena de
pretendientes. “Jason, ese es solo un recuerdo de tu madre, como una ara,
quizás, o”
“¡Un recuerdo!” El fantasma de su madre
sollozó. “Sí, mirá a lo que fui reducida. Esto es culpa de Júpiter. Él nos
abandonó. ¡Él no quiso ayudarme! No quise dejarte en Sonoma, querido, pero Juno
y Júpiter no me dieron opción. Ellos no querían que estuviésemos juntos. ¿Por
qué pelear por ellos ahora? Únete a estos pretendientes. Lidéralos. ¡Podemos
ser una familia de nuevo!”
Jason sintió centenas de ojos en él.
Esta es la historia de mi vida, pensó
amargamente. Todo el mundo siempre lo había estado observando, esperando que el
liderase. Desde el momento que él llegó al Campamento Júpiter, los semidioses
romanos lo trataron como un príncipe a punto de ser coronado.
Sin importar sus
intentos por alterar su destino –unirse a la peor cohorte, tratando de cambiar
las tradiciones del campamento, tomando las peores misiones y siendo amigo de
los chicos menos populares- él fue hecho pretor igual. Como hijo de Júpiter, su
futuro había sido asegurado.
Él recordó lo que Hércules le dijo en el
Peñón de Gibraltar: No es fácil ser un hijo de Zeus. Mucha presión. Eventualmente
puede quebrarte.
Ahora Jason estaba ahí, tenso como una
cuerda de arco.
“Tú me dejaste,” Le dijo a su madre. “Esos
no eran Júpiter o Juno. Esa eras tú.”
Beryl Grace dio un paso adelante. Las
líneas de preocupación alrededor de sus ojos, la mueca de dolor en su boca le
recordaron a Jason a su hermana, Thalía.
“Querido, te dije que volvería. Esos fue lo
último que te dije, ¿recuerdas?”
Jason se estremeció. En las ruinas de La
Casa del Lobo su madre lo abrazó por última vez. Ella había sonreído, pero sus
ojos eran pura tristeza.
Todo está bien. Ella había prometido. Pero incluso de pequeño, Jason supo que no
estaba todo bien. Espera aquí. Volveré por ti, querido. Te veré pronto. Ella
no volvió.
En cambio, Jason vagó por las ruinas,
llorando y solo, llamando a su madre y a Thalía –hasta que los lobos llegaron
por él.
La promesa rota de su madre fue la base de
quien fue él. El construyó su vida alrededor de la irritación que sus palabras
le causaban, como el grano de arena en el centro de la perla.
La gente miente. Las promesas se rompen.
Eso fue porque, por mucho que le
molestaran, Jason siguió las reglas. El mantuvo sus promesas. Él nunca quiso abandonar
a nadie de la forma que él fue abandonado y engañado.
Ahora su madre había vuelto, borrando la
única certeza que Jason tenía sobre ella –que ella lo había dejado para
siempre. Del otro lado de la mesa, Antínoo levantó su copa.
“Encantado de conocerte, hijo de Júpiter.
Escucha tu madre. Has hecho muchas quejas sobre los dioses. ¿Por qué no te
unes? ¿Las dos sirvientas son tus amigas? Podemos perdonarlas. ¿Quisieras tener
a tu madre de vuelta en el mundo? Podemos hacer eso. ¿Quisieras ser un rey-”
“No” La mente de Jason estaba corriendo. “Yo
no pertenezco con ustedes.”
Michael Varus lo miró con ojos fríos.
-¿Estás seguro, compañero pretor? Incluso si derrotaras a los gigantes y a
Gaia, ¿volverías a casa como Odiseo lo hizo? ¿Dónde está tu hogar ahora? ¿Con
los griegos? ¿Con los romanos? Nadie te aceptará. Y si regresaras, ¿quién
asegura que no encontraras ruinas como estas?”
Jason escaneó el patio del palacio. Sin la
ilusión, no había nada excepto una pila de escombros sobre una colina yerma. Sólo
la fuente parecía real, que desprendía arena como un recuerdo del poder
ilimitado de Gea.
“Fuiste un oficial de la legión” Él le dijo
a Varus. “Un líder de Roma”
“También lo fuiste tú.” Varus contestó. “Las
lealtades cambian.”
“¿Crees que pertenezco a esta multitud?”
Jason preguntó. “Un puñado de perdedores esperando por la libertad de mano de
Gea, ¿como si el mundo les debiese algo?”
Alrededor suyo, los fantasmas y los zombies
desenvainaron sus armas.
“¡Cuidado!” Piper gritó a la multitud. “Cada
hombre en este palacio es su enemigo. ¡Cada uno los apuñalaría por la espalda
en la primera oportunidad!”
Durante las últimas semanas, el charmspeak
de Piper se había vuelto realmente poderoso. Ella hablaba la verdad, y la gente
le creía. Ellos miraron a cada lado, sus manos sosteniendo armas.
La madre de Jason caminó hacia él. “Querido,
se inteligente. Renuncia a tu misión. Tu Argo II nunca podrá viajar a Atenas,
Incluso si lo hiciera, está el problema de la Atenea Partenos.”
Un escalofríos lo recorrió. “¿Qué quieres
decir?”
“No finjas ignorancia, mi querido. Gea sabe
sobre tu amiga Reyna y Nico, el hijo de Hades y el sátiro Hedge. Para matarlos,
la Madre Tierra mandó a su hijo más peligroso –el cazador que nunca descansa.
Pero tú no tienes que morir.”
Los doscientos fantasmas y zombies se
cerraron enfrente suyo, como si estuviese a punto de liderar el himno nacional.
El cazador que nunca descansa.
Jason no sabía que significaba, pero tenía
que avisar a Reyna y a Nico.
Lo que significaba que tenía que salir vivo
de ahí.
Miró a Annabeth y Piper. Ambas estaban
listas, esperando su orden.
Él se obligó a mirar los ojos de su madre.
Ella se veía como la misma mujer que lo había abandonado en los bosques de
Sonoma catorce años antes. Pero Jason ya no era un niño. Él era un veterano de
guerra, un semidiós que encaró a la muerte montones de veces.
Y lo que el vio enfrente suyo no era su
madre –al menos, no lo que su madre debía ser –cariñosa, amorosa, protegiéndolo
sin ningún interés egoísta.
Un recuerdo,
la había llamado Annabeth.
Michael Varus le había dicho que los
espíritus estaban siendo sostenidos por sus deseos más fuertes. El espíritu de
Beryl Grace literalmente desprendía necesidad. Sus ojos demandaban la atención
de Jason. Sus brazos buscaban desesperadamente poseerlo.
“¿Qué quieres?” el preguntó. “¿Qué te trajo aquí?”
“¡Quiero vida!” Ella lloró. “¡Juventud!
¡Belleza! Tu padre pudo haberme hecho inmortal. Él podía haberme llevado al
Olimpo, pero él me abandonó. Tú puedes hacer las cosas bien, Jason. ¡Eres mi
guerrero!”
Su esencia a limón se había vuelto ácida,
como si ella estuviese a punto de arder.
Jason recordó algo que Thalía le había
dicho. Su madre se había vuelto cada vez más inestable, hasta que se había
vuelto loca. Ella había muerto en un accidente de autos, el resultado de
conducir bajo los efectos del alcohol.
El vino aguado en el estómago de Jason se
revolvió. El decidió que si vivía nunca tomaría alcohol de nuevo.
“Eres una manía” Decidió Jason, la palabra
viniendo de sus estudios en el Campamento Júpiter mucho tiempo atrás. “Un
espíritu de la locura. A eso has sido reducida.”
“Soy todo lo que queda” Beryl Grace coincidió. Su imagen tembló
viéndose como un espectro de colores. “Abrázame, hijo. Soy todo lo que tienes.”
Una memoria del dios del Viento Sur habló
en su mente: No puedes elegir tu ascendencia, pero si tu legado.
Jason se sintió como si estuviese sido re
ensamblando, una pieza a la vez. Sus latidos se estabilizaron.
El frío dejó sus
huesos. Su piel se calentó con el sol de la tarde.
“No” contestó. El miró a Annabeth y Piper. “Mis
lealtades no han cambiado. Mi familia solo se ha expandido. Soy un hijo de
Grecia y Roma.” –El miró de nuevo a su madre por última vez. “No soy tu hijo.”
El hizo una seña antigua contra el mal
–tres dedos hacia afuera de su corazón – y el fantasma de Beryl Grace
desapareció con un pequeño siseo, como un suspiro de alivio.
El zombie Antínoo puso a un lado su copa. Estudió
a Jason con una mirada de disgusto. “Bueno, entonces,” dijo “supongo que
tendremos que matarte.”
Los enemigos alrededor de Jason se
cerraron.
Capitulo dos Capitulo Cuatro
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